Dentro de la enorme oferta que nos trae HBO parecía que Sharp Objects, con la inigualable Amy Adams, sería la apuesta segura de la temporada. Pero no fue así. Si bien el thriller psicológico basado en la novela de Gillian Flynn se sostiene por mérito propio, la verdadera joya se encontraba en una apuesta secundaria del rey de las series llamada Succession. La historia se centra en una familia de multimillonarios propietaria de un grupo mediático, pero no te equivoques, no estarás viendo un drama denso sobre una familia de alta sociedad, estarás viendo una comedia negra donde el drama se transforma en ironía y la ironía te sacará una sonrisa.
Succession comienza cuando el cabeza de familia, Logan Roy, sufre un grave problema de salud. Desde el primer instante sus hijos empiezan a tramar cómo tomar el control de la compañía, un plan que genera grandes tensiones y mucho drama absurdo. La serie comienza a funcionar justamente ahí, cuando dejas de tomarte en serio el drama y dejas de intentar empatizar con sus personajes. Escuchaste bien, no lo intentes. Todos los miembros de la familia Roy son detestables, avariciosos, lamentables y obscenamente ricos.
La serie está muy bien escrita. Tiene diálogos redondos y directos al grano cortesía del talentoso Jesse Armstrong. No estás viendo WestWorld, acá no habrá mayor complicación. La banda sonora también es otro punto a favor. Nicholas Britell, ya reconocido por su trabajo en Moonlight, nos deja un tema principal perfecto para el tono de la serie, aunque lo escucharás bastante pues los editores no dejaron espacio sin sonido donde insertar el tema.
Si logras pasar el primer episodio, te espera una excelente serie. El segundo acto, a partir del quinto episodio, es una lenta escalada para llegar a un satisfactorio salto en parapente que te dejará con ganas de más. Las actuaciones son excelentes y cada personaje tiene su cuota de atención. Ya Succession logró convencer a HBO de renovar por una segunda temporada, solo te queda empezar a verla y dejarse llevar por los Roy, unos Lannister neoyorkinos, sus problemas de primer mundo y un montón de «fuck off«.